El sonido es una onda mecánica que se define como la propagación de una perturbación en el aire.
La velocidad del sonido se estima en 345 m/s o 1.242 km/h a 23ªC, con una variación de 0,17% por grado centígrado. La ciencia que se encarga de su estudio es la acústica, la cual es relativamente nueva desde el punto de vista científico. En 1887 el físico ingles Lord Rayleigh escribió los fundamentos teóricos de la acústica y a finales del siglo 18 Wallace Clement Sabine realizó aplicaciones importantes de la acústica en la arquitectura.
La acústica arquitectónica estudia las propiedades del comportamiento del sonido para su propagación adecuada en el interior de un recinto. Dicho comportamiento es variable en función de fenómenos físicos como reflexiones tempranas, reverberación, eco, y resonancia.
La energía radiada por una fuente sonora en un recinto cerrado llega a un oyente ubicado en un punto cualquiera del mismo de dos formas diferentes: una parte de la energía llega de forma directa (sonido directo), es decir, como si fuente y receptor estuviesen en el espacio libre, mientras que la otra parte lo hace de forma indirecta (sonido reflejado), al ir asociada a las sucesivas reflexiones que sufre la onda sonora cuando incide sobre las diferentes superficies del recinto.
En un punto cualquiera del recinto, la energía correspondiente al sonido directo depende exclusivamente de la distancia a la fuente sonora, mientras que la energía asociada a cada reflexión depende del camino recorrido por el rayo sonoro, así como del grado de absorción acústica de los materiales utilizados como revestimientos de las superficies. Lógicamente, cuanto mayor sea la distancia recorrida y más absorbentes sean los materiales empleados, menor será la energía asociada tanto al sonido directo como a las sucesivas reflexiones.